La primera mujer africana en recibir el Premio Nobel de la Paz fue la responsable de la plantación de millones de árboles.

Cuando hablamos de rebeldía es fácil pensar en actos dramáticos y grandilocuentes, en héroes y revoluciones. Pero, ¿quién pensaría que plantar árboles podría ser un contundente acto de resistencia? Wangari Maathai nació en 1940, en Kenia, cerca de una higuera sagrada. Tal vez ese hecho, que bien podría pasar desapercibido, marcó su destino: sería a través de los árboles —maestros de la autenticidad y la pertenencia— que ella lucharía toda su vida por distintas causas. Su incansable esfuerzo, uno que dedicó al planeta y su conservación, pero también a los derechos de las mujeres, la convertirían en la primera mujer africana en ganar el Premio Nobel de la Paz, en 2004, por su “contribución al desarrollo sustentable, la democracia y la paz”.

Desde su comunidad rural keniana, Maathai creció en un país explotado por el  colonialismo británico, época en la que se terminó enorme cantidad de áreas arboladas para sembrar té. Además, la pequeña se formó en una sociedad donde sólo los hombres podían estudiar y tener carreras profesionales; por fortuna para todos, rompió la norma y fue enviada por su madrea a la escuela.

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